ENSAYOS SOBRE MEB EN LA RED (SELECCIÓN)

DRIESCH-ZEITSCHRIFT FÜR LITERATUR UND KULTUR (Austria)























Nº 7 - September 2011

Review of Havanity/Habanidad, María Elena Blanco's
new bilingual poetry anthology

By Ka Ruhdorfer
(English translation from German by Nathan Horowitz)


An alchemist of words deserves a review that diverges from the norm.
 
In her foreword to this bilingual Spanish-English anthology that spans twenty years of her work, María Elena Blanco, who was born in Cuba and grew up in the USA, describes the alchemical process of nigredo, blackness, which she has drawn upon as a propitiatory ritual.

From the text of her 2001 collection of poetry, Alquímica memoria, she selected random words, which she then made into a calligram.

I could not resist the urge to do something similar, even though my favorite poem, "Felix Austria," was unfortunately not represented in the 12 random lines I selected.

Try it yourself after reading the anthology. Or follow the traces of the mythological paths that Blanco suggests, dive into the MediterraneanDanube, and inspire your alchemical memory, which has picked up the trail of un(re)countable love: 


 Nature likes to step back      Die Natur tritt gern einen 
                                          Schritt zurück 


 (In a) boundless Havanna night
(In einer) endlosen Nacht in Havanna

one by one appear

erscheinen nacheinander
fingers that poke and print

Finger, die herumstöbern und einen Zufall
a chance countered by angry gods
aufzeichnen, dem zornige Götter entgegenwirken
unchaining a revolution
dabei eine Revolution entfachen

a milky way

eine Milchstraße

to be the serpentine eye of the storm

die das Schlangenauge des Sturms ist

gaudy nightbird

ein schriller Nachtvogel

having grown wings

dem Flügel wuchsen

of her intransitive search:

während seiner intransitiven Suche:

my reply is porous.

meine Antwort ist durchlässig.



María Elena Blanco, Havanity / Habanidad. Poetry anthology / Antología poética 1988 - 2008. Ediciones Baquiana, Miami, Florida, 2010. ISBN 0-9823917-7-3.

http://www.drieschverlag.org/index.php?option=com_content&task=view&id=244&Itemid=1

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DIARIO DE CUBA


Crítica

Muesca al tiempo de María Elena Blanco 

por José Prats Sariol 

Miami, 07-08-2010


La poeta cubana residente en Viena publica una antología bilingüe de su obra.

Debí conocer a María Elena Blanco en mi único viaje a Viena, porque en ese entonces (1989) yo aún vivía en La Habana, había leído El hombre sin atributos de Robert Musil y la decadencia del Imperio austro-húngaro, antes de la Primera Guerra Mundial era —sigue siendo— lo más parecido a la Cuba en ruinas. No fue ni en el musical Prater ni en un café cercano a la Catedral de San Estefan. Fue en La Habana, cuando algunos celebramos el cincuenta aniversario de la revista Orígenes.

Aún recuerdo nuestra conversación en Trocadero 162, la casa de José Lezama Lima. Desde ella armo esta nota. Aún estamos allí, en 2010, cuando el genio de Musil y de su inconclusa novela me provoca un juego fascinante: ¿Cuál de los personajes femeninos que se mueven en Kakania está más cerca de la poetisa que esta noche presenta Habanidad, es decir, la inanidad de un título que se aleja del referente geográfico; que es patronímico lejano, desgastada filosofía del romanticismo nacionalista, topología que ha cedido a la lengua española su paréntesis en lo que la mundialización todavía llamada cultura?
Porque esta sugerente antología bilingüe traza un arco no sólo de cinco cuadernos y veinte años de sesgaduras a la poesía, sino a la vez, incólume e irónica, de un sentido visual que mira y se ve a sí misma, de un río presocrático a través de Heráclito y de un ring —el círculo que rodea a la Viena medieval— que se recorre a sí mismo hasta volver a aislarse.
¿Quién es María Elena? ¿Cuánto tiene de la Diotima de Musil, de la prima de Ulrich, organizadora de aquella entelequia llamada Acción Paralela, que involucra la sátira mordaz contra la Europa del siglo XIX y los sueños de pervivir de una nobleza alcanforada; pero también la mujer más inteligente que su marido, el funcionario opaco y dócil; mejor observadora que casi todos los involucrados en celebrarle el setenta cumpleaños al anciano emperador Francisco José?

¿Quién es María Elena? ¿Cuánto tiene de Clarisse, la esposa de Walter, el alma más artística y de más sutil sensibilidad dentro de la excepcional novela filosófica, donde conciencia y acontecer forman un paraíso y un naufragio —como dijera Massimo Cacciari?

¿Quién es María Elena? ¿Cuánto tiene de Agathe, la hermana de Ulrich que aparece en las páginas que Musil deja inéditas, escritas antes de morir exiliado en Zürich, cuando aún en 1942 no se sabía cuánto le quedaba a la pesadilla del nazismo? ¿Qué de este trasgresor personaje, situado por encima de la insípida sociedad moderna y sus duras paradojas, puede leerse en algunos poemas de Habanidad?

A juzgar por los poemas que antologa y traduce al inglés en Habanidad, surge la impresión de que María Elena Blanco tiene un poco de los tres personajes femeninos centrales de una de las grandes novelas de todos los tiempos. Con un añadido sin género: también tiene mucho de Ulrich, del hombre sin los atributos enajenados que Musil —como antes Kafka— había experimentado no sólo en las carnicerías de las guerras, sino en las menos perceptibles pero tan cosificantes carnicerías de una vida cotidiana llena de morales dobles, desplazamientos de culpas, necesidades falsas, costumbres aceptadas para no señalarse.

Ese raro talento, enriquecido por una cultura sin fronteras arcaicas, es el que disfrutamos en los mejores poemas que ahora Ediciones Baquiana nos regala en un volumen, no sólo caracterizado por un profesional cuidado en la revisión, sino con un diseño de portada de Carlos Quevedo que sabe resaltar los sentidos desplegados por la foto de la Calzada de Jesús del Monte, en La Víbora habanera, más lluviosa y vacía porque Heráclito sabía del mito de Sísifo, quizás había leído a Albert Camus, quizás había leído en otro intertexto a Eliseo Diego (En la Calzada de Jesús del Monte) y nos había dejado "el tiempo, todo el tiempo".

La foto sugiere un homenaje a Susan Sontag. Así hubiera visto ella, con esa grisura pegajosa, sin seres humanos, la emblemática calzada del sur habanero. Y de ahí la sabia elección para la cubierta del libro, su ironía en la paradoja porque el sol tropical ha desaparecido, ha dejado de ser folclor, como ocurre en los poemas.

La ironía es la primera señal de Habanidad. Rareza y distanciamiento. Otredad donde no hace falta recordar a Rimbaud para alejarse de lo obvio, lo trillado. Este signo es su mejor provocación contra la acidia, la haraganería de ciertos lectores —y de ese mar de poetas mediocres que inunda el ciberespacio— que al leer nunca leen, tan abundantes ahora en los blogs como antes en los telegramas inalámbricos o cuando los papiros egipcios recorrían las islas del Mediterráneo.

La enfermedad como metáfora de Susan Sontag —que en la foto de cubierta nos había entregado una señal— se transforma en la ironía como metáfora ontológica que recorre poemas como Villeggiatura en St. Laurent-du-Var. Porque comienza con ella, y desde ese sitio cambiante toma distancia, observa y verbaliza, se burla de los tantos quirófanos del mundo, de las falsas alarmas que Virgilio Piñera satirizara.
Es una actitud irónica la que se disfruta como trasfondo en la paronomasia del poema Myerling, donde el "destino" es "desatino". De la misma especie tragicómica —propia de los exilios, de no sentirse de ningún lugar— son poemas como El abuelo I; son sarcasmos como el que finaliza el poema Él: "a mí me cautivaban las causas imposibles; // a él, como a sus padres, le gustaban las feas".

Sólo una voz capaz de la extrañeza suelta sus mordidas con tanta precisión, a pesar de algunos versos explicativos. Junto a un rasgo estilístico que en esta nota apenas puedo enunciar, pero que merece un pausado análisis. Me refiero a cómo varios poemas dan la impresión de que fueron pensados consecutiva —y tal vez hasta simultáneamente— en español, inglés, francés o alemán, quizás hasta en italiano. Mi cotejo con su versión inglesa prueba, al parecer, que también la ironía —en su sentido filosófico— suele distanciarse del léxico y la sintaxis de su lengua materna, suele brincar desde el español hacia otras islas. Poemas como "Three Austrian Lakes", "Dream Pearls" y, sobre todo, "Nocturne of the Rue de France", avalan esta conjetura.

"Es una parejera" —recuerda María Elena Blanco que le decían cuando la adolescencia asomaba a sus Habaneras. Y en efecto, tal soltura quizás ha sido su talismán contra los desafíos que la vida le ha deparado, en el azar que también es sino, la cifra a la que Borges tanto le temía. Ha sido su Casa del agua y la Colinas de los sueños, su "cucaramácara" en Magister ludi y el "domingo de ramos" en Viena, donde "en el invernadero de los Austrias huele a Cuba".

El reto del azar que le provoca la obra pictórica de Roberto Matta, cuadro a cuadro, es también sentirse ciudadana del mundo, asistir al Banquete en casa de Agatón con Aristófanes o pedirle A Cintia sus versos. Otra ironía, intuitivamente extrañada, anda y revolotea por Tres lagos austríacos, no tiene ya aquello que antes los románticos llamaban "patria".

La poesía se adelanta a la mundialización en ciernes, a la filosofía social que ahora borra antiguos conceptos de nación, que reserva sólo a la lengua las distinciones. Porque el epígrafe de Toplitzee da la clave, cita el Tao-te-King: "Sin embargo, el misterio y las manifestaciones brotan de una misma fuente. Esa fuente se llama oscuridad".

El poema —cada muesca a la poesía— no ha perdido referentes, sino que ha ganado espacios. El cosmopolitismo engrandece las visualizaciones que verbaliza, como en "Observados en Venecia por Mary McCarthy", donde Giorgione parece burlarse de los racionalismos. La ciudadanía de María Elena Blanco tiene su pasaporte en "The Big Apple" tras ver La jungla de Wilfredo Lam o en Berna tras disfrutar los Paul Klee, en Santiago de Chile con Nicanor Parra o en un café de Roma que frecuentaba María Zambrano con sus gatos.
"La palabra en tus manos // era un precioso gesto" —dice en el poema "A Valerio, el Día de Navidad". ¿Cuál Navidad mejor —como en la poética de algunos manieristas— que ofrendar la palabra a Dios, sin vanidad pero con la certeza del exorcismo?

Así los poemas, imagino a María Elena Blanco conversando en Zürich con Robert Musil. Los dos le dan la razón a Karl Kraus. Heráclito posibilita que hablen de los "atributos", se duelan de "la maldita circunstancia" entre Virgilio el latino y Virgilio el procaz escritor de Cárdenas, cuyo poema La Isla en peso es el más visionario texto del siglo XX cubano, de lo que va del XXI.
La ironía de Havanity —¿o era Habanidad?— invita de nuevo a la lluvia sobre la Calzada de su acontecer poético. A releer "Quimera". Volver al mismo río porque nunca ha pasado. Es mentira cuando dice que "nadie aguarda mi voz". Las huellas renacen, María Elena. Tu amor a la "palabra" conjura las desolaciones.

José Prats Sariol: profesor y ensayista cubano residente en Miami.

http://www.ddcuba.com/de-leer/muesca-al-tiempo-de-maria-elena-blanco

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ELNUEVO HERALD (Miami, EE.UU.), 15 de febrero de 2009


María Elena Blanco: una poeta cubana en Viena
 
por William Navarrete
El Nuevo Herald, domingo 15 de febrero 2009.


Hace veintidós años que reside en Viena (Austria) y cuarentaisiete que dejó La Habana, en donde nació en el barrio de La Víbora, en 1947. En su peregrinar por el mundo ha vivido en Nueva York (a donde llegó de adolescente e hizo sus primeros estudios en el Hunter College), Buenos Aires, la Riviera Francesa, París, Londres, Chile y Kenya. Es María Elena Blanco, ensayista, poeta, ex profesora de la Universidad Católica de Valparaíso y, por más de dos décadas, directora del servicio de traducciones al español de Naciones Unidas, en su tercera antena del mundo junto a las de Nueva York y Ginebra.

Autora de una decena de poemarios, reconoce la influencia de sus múltiples lecturas, entre las que cuentan aquellas del París de finales de los sesenta, en que lo mismo leía con pasión a Baudelaire (del cual ha sido traductora), Verlaine, Mallarmé y otros clásicos de fines del siglo XIX francés, que a los estructuralistas, en pleno apogeo entonces, cuando recibía cursos de Roland Barthes, guía espiritual de este movimiento.

''No niego que también leí con mucha devoción a Elliot, Rilke y a los poetas latinoamericanos del boom de los sesenta'', revela. Algo de ese acercamiento a la poesía anglófona y alemana aflora cuando nos enteramos de que es miembro de dos asociaciones de poetas con sedes en la capital de Austria: Labyrinth (Asociación de Poetas en Lengua Inglesa) y Grazer Autoren Verfammlung (GAV), que reúne a poetas vieneses. De hecho, ha sido traducida, y es traductora a su vez, de poetas austríacos como Marie-Therese Kerschbaumer, Heidi Pataki, H. Artmann y Julian Schutting. Fruto de esa interrelación fue la publicación de toda su poesía en alemán en el volumen Wilde Lohe (Viena, 2007).

A Posesión por pérdida (Sevilla, 1990) –su primer libro de poesías–, siguieron Corazón sobre la tierra, Alquímica memoria (Premio La Porte des Poètes, París, 1996), Mitologuías, Danubiomediterráneo y, entre otros, su más reciente: El amor incontable (Madrid, 2008). Muchos de sus poemas aparecen en importantes antologías y es también autora del libro de ensayos Asedios al texto literario (Madrid, 1999). Ante la enjundiosa lista de títulos que conforman su obra, asombra que se le conozca poco y se le mencione aún menos en los cenáculos de la literatura cubana de una y otra orilla.

''He vivido muy al margen de ese ámbito. Mi participación en reuniones de temas cubanos se reduce a tres congresos celebrados bajo el título de Con Cuba en la distancia (dos en Cádiz y uno muy reciente en Valencia). También a colaboraciones con la revista Encuentro'', aclara. ''A pesar de estar en el centro de la Europa contemporánea Viena es una especie de periferia con respecto a Europa Occidental. Por otra parte, al estar casada con un chileno he tenido mucha más relación con el mundo suramericano'', algo que observo en su poemario Mitologuías, subtitulado "Homenaje a Matta", inspirado en este célebre pintor chileno.

Sin embargo, como traductora para Naciones Unidas e integrante de una delegación de esta organización, María Elena Blanco llega a La Habana, en 1990, por vez primera en treinta años. ''Fue muy importante recorrer los sitios de mi infancia'', señala. ``Hay toda una memoria mitificada del espacio que sólo cobra dimensión real cuando tenemos la oportunidad de verificar con nuestros propios ojos ese lugar. De revivirlo, en la medida de lo posible. De caminarlo''.

La visita a Cuba le permitió ponerse en contacto con escritores y poetas que se interesaban por el grupo Orígenes y en su figura preponderante José Lezama Lima. ''De esos contactos salió publicado, en Cuba, en las ediciones matanceras de El Vigía que dirigía Alfredo Zaldívar, mi poemario Corazón sobre la tierra / tierra en los ojos. Acepté porque esas ediciones, originales y exquisitas a la vez, eran extraoficiales, o sea, independientes'', añade refiriéndose a los libros artesanales y también excepcionales que publicó en los noventa un pequeño grupo de escritores matanceros al margen de las ediciones oficiales.

En su poesía posterior a ese encuentro pueden leerse toponimias del recuerdo: Celimar, Güira de Melena, El Cajío, La Víbora, Playa Albina (guiño al poeta origenista Lorenzo García Vega) y ''en un rincón de Viena el misterio de unos lugares habidos como propios y nombrados como suyos por otros / o intempestivamente ahí / y es que / (la imagen más reciente de la casa es sin techo)'', de su poema Inventario, como si repasase en su memoria y consolidase los recuerdos con aquello que ha podido ver otra vez.

En Catastro de ruinas y monumentos, uno de los poemas de su libro Alquímica memoria, la oímos versar: ''[...] tal vez la ciudad no esté en ruinas / o las ruinas estén dentro de mí / (la casa pálida, más flaca, como convaleciente / habitada por otra familia, / negra) [...]''. Y aparece el poema como si de un celuloide se tratase, retratando sensaciones, olores y toda la consternación de aquel encuentro con los orígenes, ante la puerta de su casa en donde ``[...] un joven negro viene a ser anfitrión, / titular del solum y del domus, / te recibe o te espera en tu casa (blanca) / que no es blanca / tu casa / tu suelo que es sólo tierra en los ojos [...]''.

Al hojear sus libros descubrimos la amplitud de sus horizontes. Un exergo de la poetisa Carilda Oliver; otros de Virgilio Piñera, Rulfo, Borges o Gérard de Nerval; un poema dedicado a la memoria de Yves Montand, de Prévert y la cantante parisina Barbara; unas rimas de Góngora; un pensamiento de Ortega y Gasset o de San Juan de la Cruz; una portada de Matta, otra de Alejandro Hasler. De todo ese cosmopolitismo que ha sido también su propia vida y su riqueza, la poetisa sale fortalecida. Su verso se vuelve sinfonía múltiple y su voz retumba en nuestros propios recuerdos y lecturas.

Es bueno leer a María Elena Blanco, conversar con ella. Es muy saludable descubrir, en el complejo mapa de la cubanía, otras voces femeninas de la Isla con peso propio y extraordinario caudal de imágenes. Saber que los contornos de La Habana están también en Viena, en esa ciudad blanca ''que es mi casa y que disfruto de ópera en concierto cada día, en medio de mi trabajo y labores cotidianas''. Sentirla segura de sus raíces, muy integrada a escritores de lengua germana. Segura también de su grandioso recorrido, sin necesidad de vociferar para imponerse, ni de vivir con el ánimo exacerbado. Leerla es ir descubriendo detrás de cada estrofa una historia sabia, un viaje incesante entre el pasado y el presente, un gesto de modestia y, sobre todo, de muy sobria elegancia.•


William Navarrete: poeta y ensayista cubano residente en París.

http://cubalpairo.blogspot.com/2009/02/hoy-en-el-nuevo-herald.html

María Elena Blanco, una poeta cubana en Viena, por William Navarrete
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REVISTA LITERARIA BAQUIANA
Año XII - Nº 67/68


UN ESPLENDOR DE RESONANCIAS: HAVANITY / HABANIDAD
DE MARÍA ELENA BLANCO
por
Jorge Antonio Pérez


     Cuando concluimos Posesión por pérdida, Alquímica memoria, Mitologuías, Danubiomediterráneo y El amor incontable, de la Antología poética Habanidad, corroboramos una vez más que la excelente poetisa es una las voces más auténticas de la lírica que nos ocupa. Y es que María Elena Blanco, ha sabido expresar, a través de estilo y forma la Poesía con mayúscula, aquella que “solo puede nacer de quien tenga anchurosa humanidad y saber de poeta grande”, en expresión de Mirta Aguirre. (1)
     Hay en María Elena una inconfundible personalidad que sabe utilizar a plenitud su instrumento lírico. En sus versos encontramos a la mujer vital, lírica, íntima, sensible. Afirma la obra de María Elena el tono intimista que en la poetisa se convierte en clima recurrente. Tanto es así, en numerosas ocasiones, llega a ser autobiográfico, confesional. Pero María Elena sabe que –como bien sentenció Martí- “para ser poesía hermosa, no hay como volver los ojos fuera: a la Naturaleza, y dentro: al alma”. (2) Por eso, sus íntimas reflexiones adquieren un carácter universal humano.
     Al leer sus poemas, percibimos con claridad el mensaje que ellos quieren dar y sentimos un placer que se aviva, como una llama inextinguible, a medida que nos hacemos partícipes de su íntegra apropiación del mundo reflejada líricamente, a partir de sus vivencias estéticas. De ahí que su poética sea perdurable, porque es obra de todos.
     Para María Elena, incursionar en el ámbito poético constituye un modo peculiar de expresar su mundo interior, pleno de las reminiscencias místicas que hacen brotar de ese caudal una obra-discurso original y audaz.
     En este quehacer, la poetisa ha preferido de alguna manera realizar una serie de estudios y búsquedas en torno a los orígenes y confluencias culturales del simbolismo esotérico y parnasiano, vinculándolo con la poética espiritual que nutre las esencias del imaginario pictórico de las grandes culturas de la antigüedad: egipcia, persa, griega, árabe, hindú y, en especial, aquella más auténtica de nuestros ancestros. Esta recreación poética ha caracterizado su más reciente obra que, en singular viaje iniciático por varios países, deleita con una renovadora visión de figuraciones y símbolos en armoniosa trilogía de técnicas que ilustran los resplandecientes dones de la Belleza de nuestra Habanidad.
     Este concepto queda plasmado en cada una de las divisiones de la antología, uniendo sus vivencias espirituales con la vida y obra del gran pintor, filósofo y sabio maestro ruso-hindú Nicolás Roerich, alrededor del cual ella fomenta una lectura estético-filosófica del mundo.
     Por sus motivos místicos, la trayectoria de María Elena creadora incita a la comprensión sociológica de las artes plásticas de finales del siglo XX y principios del próximo  milenio. El mensaje de poesía motiva la reflexión sobre los valores éticos y la  preservación  de  nuestra  identidad,  unida  a  la  espiritualidad,  la  poesía y la diversidad de culturas, fundamentos poéticos de su mencionada antología. De este modo, el universo vital de María Elena Blanco (La Habana, Cuba, 1947), ilumina su creación, revitalizada con aportes del arte poético moderno.
     Sus textos respiran y vibran con el corazón, nos claman sobre la paz primordial del porvenir y el hermoso fuego de construir o, quizás, de reconstruir –como nos expresa en su Alquímica memoria– al amparo de la justicia y la vigilia que otorga la misteriosa sabiduría de la vida. Porque Maria Elena  Blanco también invoca.
 
     Habanidad, nos manifiesta la vida de ensoñación de la poetisa –en que el amor comparte la admiración por la vida– y la revelación de las realidades de su entorno como equilibrio emocional. María Elena incursiona su universo poético con esta antología donde la nota coloquial se apresura en la expresión para dar forma y realismo a la interiorización de la idea. Poesía dominada por una cuerda lírica uniforme donde el intelecto y la razón mesurada prefieren dejar al lector la especulación individual en diferentes planos e ideas, aunque el lenguaje del verso libre y las imágenes que palpitan no se aíslen de la palabra, a veces, directa y conversacional, quizás para hallar –retomando a la poetisa– la búsqueda y la perfección.
     En Habanidad, se combina acertadamente temas cotidianos y de la cultura universal con el manejo de un lenguaje tropológico y conceptual que permite la inmediata identificación entre la poetisa y su público. Compartir el universo lírico que encierran estas páginas nos permitirá conocer más a fondo los tópicos más trascendentales de la poesía de María Elena Blanco.
     Las ciudades preferidas, vivencias consagradas, la hermandad codificada, las memorias del ayer con sus raíces telúricas y los encuentros presurosos o permanentes, son parte de los temas que domina esta antología vital que transmite calor humano en cada verso. Habanidad, muestra la variedad de un quehacer poético de algunos años. Páginas en que la sobriedad y la eficacia expresiva, sintetizan la diversidad de los caminos andados por la poetisa.
     En la poesía de María Elena Blanco, se muestra en registros variados con un sostenido nivel de calidad. El ingenio, el toque erótico, parecen ser recursos del gusto de esta poetisa en cuyos textos, no obstante, hay un substrato más hondo que la expresión sonriente.
     Quizás el signo que marca estos versos sea el tono amargo y profundo de los mejores momentos...  Probablemente con esta amalgama de ideas y sensaciones se construye un texto plural y armónico que de alguna manera es alarido y es crónica, rompimiento y provocación.
     Libertad absoluta de un discurso por donde fluye cómoda la inteligencia y la sensibilidad. Antología de transición, iluminada por el don de la elegancia y la continuidad. Presente, que es ya futuro, en la cruzada lírica de María Elena Blanco.
     Volver es siempre un acto de nostalgia. Se añora regresar al amparo de los amigos, la familia, la ciudad, el parque de la infancia, los mitos de adolescencia, las primeras lecturas,  los encuentros que navegan por la memoria. Pero volver es, también, un acto de lealtad con los orígenes y un adiestrarse para andar el porvenir, sobre todo, si se retorna con la atenta mirada de la poetisa que ansía (re) construir el universo.
     Con una temática absolutamente abierta a cualquier aspecto de la realidad, a través de una gran sencillez expresiva, tanto en el discurso como en sus específicos detalles de estilo, la autora nos conduce hacia su grandioso mundo poético. Habanidad, es un canto donde lo cotidiano, valorado en su justa dimensión, se nos presenta como una hermosa metáfora o un sugerente símil. En este florilegio, María Elena se comunica con el lector mediante un idioma que cruza todos los contornos sin perder su especificidad nacional, consiguiendo de esta forma y a partir de elementos establecidos, un cosmos poético, de una radiante belleza, que sin duda, nos conmoverá.
     Reunir una buena colección de poemas en una antología como ésta, en que la memoria intenta rescatar vivencias, rostros y destinos. Son ciertamente páginas que la poetisa ha vivido con intensidad en sitios diversos y entre personas amadas, en cuyos diálogos, de esos instantes y de un ayer más o menos lejano, se han ahondado los afectos, se han hecho más perdurables los gestos y más angustiosas las ausencias. Las alegrías y los gozos del encuentro de tantas cosas y de otras latitudes llenan de júbilo los textos aquí incluidos, en los que percibimos sin embargo, una ansiosa búsqueda del instante perdido en el tiempo, una indagación que quiere eternizar el momento para que sea de todos.
     Habanidad, reúne una compilación de la buena producción poética de María Elena. ¿Por qué este título? Ella tiene la ambiciosa pretensión que la poesía aprisionada en estas páginas lleguen hasta ti por la vía de la lectura recreativa y toque las fibras más íntimas de tu sensibilidad, permitiéndote comprender la nobleza y bellas ideas que la encierran, a la vez que gusta del rejuego de sonoridades de su lenguaje. Además, en ella podrás apreciar el estilo, recursos expresivos, formas y funciones estilísticas, y tipos de composiciones con que la autora se expresa.
     En esta muestra, está la poesía cubana que ocupa un lugar de privilegio, por ser nuestra y porque es justicia. La lírica cubana, ya desde el siglo XIX, se destaca con caracteres relevantes en el concierto de Hispanoamérica.
     María Elena Blanco ha traspasado las anchuras regionales para alcanzar talla universal. Ella ha sido consagrada, por la crítica y por su modo novedoso de ver la realidad, el lenguaje, la forma y la lingüística. En fin, es una poesía de indudable calidad.
     Sus versos, en ocasiones, nos traen a la memoria lo mejor de la poesía española, de la que en parte se nutre la autora para darle voz muy personal. Así, aparece estar presente la tierna y querenciosa Sor Juana Inés de la Cruz. También concurren en María Elena el influjo de Góngora, Quevedo, Machado, y Lorca.
     Innumerables  temas  aborda  en sus creaciones, con una representación mínima de  sus textos poéticos. Están presentes en ellos, el amor, por considerarlo de particular interés para todos, pero también refleja los grandes temas que han preocupado al hombre a través de todos los tiempos, la naturaleza, la vida y la muerte.
     Seguramente leerás en más de una ocasión estas páginas, siempre que sientas la necesidad de belleza, ternura, amor, y también, ¿por qué no?, de esperanza. Sus versos, en estos momentos, serán la expresión de tus propios sentimientos y aspiraciones. Una vez que ellos te apresen en sus redes por la profundidad de sus ideas, por la riqueza expresiva de sus imágenes o por lo inusual del lenguaje, muchos de ellos se quedarán por siempre en tu memoria. Acércate, pues a ella, con entusiasmo y deja que te conduzca de su mano, como si estuviese de fiesta en el aire un sol joven.
     El intenso diálogo de María Elena Blanco con su propia vida nos llega con extraordinaria fuerza en su amable y lúcida palabra, textos memorables en su Habanidad, unión, alegría, constancia, vitalidad, cuestionamientos, indagaciones, testimonios de vivencias de la que al parecer sólo podían reconfortarlo la poesía, los amigos, la familia y los espacios subterráneos –en los que tantas veces se adentró en sus exploraciones de búsquedas y encuentros– y el otro espacio dimensional, el de una exigencia en la que se sentía excelsa por el canto sublime de los astros, unas veces silenciosa y otras casi palpable, percepción de su dimensión metafísica, una y otra vez reiterando en sus mejores textos. La poetisa, es auténtica, desde sí misma...
     Su sintaxis parte de la gramática creada en sus textos, para así llegar al estudio de sus relaciones que las palabras contraen en la frase. Sus tropos son figuras consistentes que en sus versos son empleados en un sentido que los hace habitual, la metáfora, la mitonimia y la sinécdoque.
     Sus fuentes inspiradoras o simplemente amados antecesorers como el Antiguo Testamento, Rilke, san Juan de la Cruz, Cernuda, García Lorca, Paul Éluard, Teilhard de Chardin, Eliot, Jorge Guillén, Lezama Lima, Dilthey, o José Martí, permiten seguir y completar coordenadas significativas, analizar claves, e integrar corrientes.
     Es la poesía de María Elena Blanco una poética intimista, desnuda, inusitada, vertebrada por el amor, la vida y las cosas que ella ama. Unos versos perpetuamente renovados, símbolos paradójicos de lo mutable y lo permanente. Punto de partida, medio iniciático, misterio y sabiduría en sus profundidades y grandezas tanto en su cólera como en su apacibilidad, porque su lírica sigue siendo esa vasta pradera inexplorada, el país misterioso en que todo es posible, el reino de los imponderables.
     Los textos de esta formidable antología, son imágenes logradísimas de ese todo, cultivan la herencia del más refinado vanguardismo cubano y dan testimonio de la cabal asunción de esa magia auroral que es la literatura.
     Habanidad, es el puente tendido entre dos poetas, invisible y  tenue, el reconocimiento a la gratitud por la capacidad de llenar con sus versos el hueco de la soledad...
     Es el laberinto poético al que podemos aludir a posteriori, formado de grandes y pequeñas cosa, hecho de retazos de infancia, vacilaciones de adolescente y certeza de adulto, lenguaje limpio y refinado y, a veces, tan inusitado pero trabajado en función de la comunicación poeta-lector, transmisor de vivencias, dolores, angustias, y fracasos.
     La lectura de Habanidad, nos revela, sin embargo, colores, musicalidad, sonoridades, textos de ocasión y de agasajo, más que sus lugares y encuentros. María Elena Blanco se hace preguntas esenciales, en las que está, de hecho, toda su vida. La poesía quiere responderlas. Ella sabe que su palabra es lo único que tiene –por así decir– para llegar al centro de sí misma. Nos entrega entonces en su Habanidad, las nostalgias de ausencias, la alegría de vivir, y la memoria de los días y el quehacer diario y continuo.
     Quizá, el signo que marca estos versos antologados, sea el tono de un canto sublime y profundo de los mejores que haya reunido la poetisa. Tal vez con esa amalgama de ideas, conceptos y sensaciones se construye un texto plural y armónico que de alguna manera es remembranzas y alaridos, es crónica y pujanza, es rompimiento y provocación.
     Libertad absoluta en su discurso por donde fluye cómoda la inteligencia Renacentista y la sensibilidad del Modernismo. Es una antología de continuidad, iluminada y resaltada por el don de la búsqueda y los Elementos de Composición Literaria que emplea en sus textos poéticos. 
     Concluyendo, después de una nueva lectura sobre los poemas de Habanidad, estimo que todos los textos incluidos en esta antología, poseen el fulgor encendido de la hermosura, la llama de un cirio que transmite las voces de los parnasianos.
     Estamos en un tiempo en que la mujer creadora ocupa un sitio de honor entre los que construyen un mundo de esperanzas, y entre ellas vibra la voz de María Elena Blanco.
     Hay erotismo en su poesía, pero también es filosófica, elegíaca y brillantemente conversacional, sin abandonar las ganancias metafóricas y el esplendor de las imágenes. Sinceridad, dominio del oficio, novedad en el enfoque de la pasión poética, sensualidad, penetración racional y apasionada de la realidad, serenidades y honduras conceptuales, son algunos de los atributos del quehacer poético de esta elocuente y elegante mujer. Además, tiene la fina habilidad de aprehender el detalle menor sin prescindir del tono grave que le es tan afín.
     La poetisa ha sido capaz de transitar por la evocación a la implicación personal mediante la introspección crítica que, como al pasar, incluye la crónica en viviente compenetración y complicidad del momento.
     Me enternece muchísimo su voz poética que viene de lejos calzando sandalias de dinastía,  que  suele  quitarse  a  veces para  no  herir  las  piedras del camino de sus andanzas, a las que ella define también como parte de los seres que tienen alma.
     La poesía de María Elena Blanco convierte a la autora en una de las voces líricas más interesantes y finas de la poesía actual.
 
Bibliografía Consultada
 
Chabás, Juan. Poetas de todos los tiempos, La Habana, Cultural, (195...)
Sánchez Roca, Mariano. Espíritu de Martí, La Habana, Biblioteca Martiana no. 6, Editorial Lex, 1959.
 
Citas
Aguirre, Mirta. Estudio sobre la poesía. Órgano de la Federación Democrática de Mujeres, La Habana, 1950.
Martí, José. El modernismo en la poesía. Panorama de la Cultura, Artes y Letras, La Habana, 1982.
 
Otras
Antología poética de Azor en Vuelo, Diecisiete poetas cubanos. Ediciones Rondas, Barcelona, España, 1981.
Antología poética, La Gota de Agua. Madrid, España, 1981.
Antología poética Hispanoamericana, I y II. Editorial Hispana, Miami, Florida, EE.UU., 1983-1984.
Antología poética, El Amor en la Poesía Hispanoamericana. Fondo Editorial Bonaerense, Buenos Aires, Argentina, 1984.
Símbolo y Color en la obra de José Martí. Iván A. Shulman, Biblioteca Románica Hispánica, Editorial Credos, Madrid, España, 1960. 

Jorge Antonio Pérez nació en Pinar del Río, Cuba (1956). Poeta, ensayista, prologuista, comentarista y crítico de arte. Graduado del Centro de Educació superior, Universidad de La Habana, Facultad de Filología en Lingüística y Literatura Hispanoamericana.
                                                                  
http://www.baquiana.com/numero_lxvii-lxviii/Rese%C3%B1a_III.htm

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TEXTO DEL POETA ANTONIO DAGANZO
LEÍDO EN LA PRESENTACIÓN DE
EL AMOR INCONTABLE


UNA AVENTURA DEL CONOCIMIENTO. Más allá de las categorías artificiales en las que tradicionalmente ha querido dividirse y encerrarse a la poesía –al respecto resulta paradigmático el supuesto enfrentamiento que en las últimas décadas habrían protagonizado en España una lírica de la experiencia frente a otra de la esencia-; más allá de ese afán de jerarquías críticas cuyo último objetivo, al fin y al cabo, no es otro que el de servir a intereses de parte, la experiencia mantenida de la lectura, y también la de la escritura, no tarda en revelarnos que, si se trata efectivamente de admirar con mayor precisión el moderno árbol de la poesía, podríamos encontrarnos, a lo sumo, con dos grandes y frondosas ramas naciendo del mismo tronco: una sería la que refunda el mundo nombrándolo de nuevo con expresión serena, sencilla incluso, y a través de imágenes cuyo mérito estriba en renacer con la pujanza de lo secularmente cultivado y florecido; otra sería la que, voluntaria o inconscientemente, renuncia a proclamar un mundo ya dicho mas no desentrañado hasta sus últimas consecuencias, asumiéndose, pues, la necesidad del riesgo, de la aventura lingüística y estética, para tratar de conocerlo mejor.

Indudablemente, a esa segunda estirpe de poemarios pertenece el interesantísimo libro, publicado por Ediciones Vitruvio, que presentamos aquí: El amor incontable, de la escritora cubana, además de profesora universitaria, investigadora, crítica y traductora, María Elena Blanco.Tras una sólida y amplia carrera –iniciada propiamente en 1990- en el terreno de la poesía, María Elena Blanco alcanza con este Amor incontable una cota singular, intransferible, en tanto que ello nos revela el hallazgo de una voz no sólo propia sino muy caminada ya también, plenamente segura de su estética y profundamente enraizada en los postulados éticos que la sustentan, como veremos. De entrada, señalemos que la impresión formal que recibimos de una primera lectura de la obra –y digo "primera lectura" porque El amor incontable es uno de esos mágicos libros que se disfrutan más a cada relectura-; la primera impresión que nos invade es la de un vendaval aquietado por el conjuro del verso musical, sabiamente ritmado sin el auspicio de la métrica ni las reglas clásicas pero con la intuición del golpe de voz, de la prosodia de una lengua poética que, paulatina y ostensiblemente, se dota de una singularidad más allá de la lengua misma. Y he aquí, a mi juicio, la médula intencional de El amor incontable: el amor como indudable "sentimiento rey", sancionado íntimamente por el corazón y externamente por la tradición; el amor, pues, postulado como un posible vehículo de comprensión del universo; el amor como experiencia fallida de intelección con el mundo desde una perspectiva usual del lenguaje, e incluso del lenguaje poético; el amor, en definitiva, asumido como "incontable" porque así también lo es el universo que nace necesariamente de él, y al que únicamente cabe acercarse, albergando así al menos ciertas esperanzas de comprender y ser comprendidos, por medio de una nueva y propia experiencia lingüística y artística. Por medio de una apasionada y apasionante aventura del conocimiento, en suma. Los primeros y últimos versos de una de las piezas más bellamente arrebatadoras del libro, la titulada "Poema de amor", nos dan la pista definitiva para entender por dónde quiere llevarnos el sujeto poético en nuestra particular aventura como lectores: "contigo / protagonizar / mis versos más queridos", comienza diciéndole al objeto amado, para acabar de esta manera deliciosa: "vivir vicariamente en ti / las cien mejores poesías / de la lengua". "Vivir vicariamente": tal es la llave con la que autora y lectores habremos de intentar abrir las puertas del conocimiento del mundo. Y, dadas las limitaciones propias de la naturaleza humana, nuestro vicario, o si se prefiere nuestro auxiliar en tal empresa, será precisamente todo el bagaje idiomático e intelectual que acumulamos. "El poeta erige la medida / que abarca todas las miserias", afirma María Elena Blanco, mas a continuación añade: "y todos los idilios". No se trata en absoluto, por tanto, de renunciar a vivir, sino de poner en práctica lo que el sujeto poético proclama con sencillez al final de otro de los poemas de la obra: "entretanto / soy compañera efímera / amo / callo / aprendo". Amar, pues, para existir; callar para dejar de decir lo que no importa; aprender para conocer finalmente los misterios del fuego de la vida, eso tan antiguo robado por Prometeo "para ofrendarlo / a Gaia / y a sus huestes / de humanos / -de los que hasta hoy / muy pocos / sabemos / qué hacer / con él", como en otro momento señala la autora con ingenio notable.

Quizá esa voluntad de aprendizaje de lo ígneo propicia la latente fuerza erótica de este poemario, cuajada a veces en piezas que se cuentan entre sus más logrados frutos, como los poemas "Lecho" –cierre de la primera parte de la obra, "Cámara lúcida"-, el citado "Poema de amor" o el prodigioso "Perlas de sueño", donde la presente aventura del conocimiento alcanza, en su verso final, el suave clímax de la revelación, de la epifanía, de la verdad poética: "La noche sabe dar lo que negó la vida"."Vivir vicariamente" en El amor incontable es, por tanto, sumergirse en la existencia de la mano de la experiencia activa del lenguaje, de los juegos de palabras –los contenidos en los poemas "Piscina" o "Motel" resultan inefables-, de las metáforas al rojo vivo y las imágenes en salto mortal: "Muestra el cantón diestro, baja el puente / y franquea el foso de tu torre enclavada. / El mar ya un sol de sable y rosa: / vuela y alcánzalos", leemos en la penúltima estrofa del poema titulado "Parábola del pez con sol poniente". Y a la experiencia activa con el idioma se suma, por supuesto, ese bagaje cultural, amplísimo en el caso de la autora, que se arriesga incluso con el difícil ejercicio de la intertextualidad en la primera parte del poema "El plato quebrado", poniendo siempre al hecho poético en estrecha convivencia con la música –en sus vertientes popular y culta, y al respecto destaca la muy hermosa serie basada en el ciclo de "La bella molinera" de Franz Schubert-, con el cine –subrayemos las importantes referencias a Antonioni-, con la propia literatura y la mitología –Nausicáa, Casandra y las sirenas llegan a compartir versos con la Susana San Juan del Pedro Páramo de Juan Rulfo en el poema "Mar Tirreno", y en otro posterior Fílida abandona su mundo bucólico para devenir moderna mujer fatal-; en estrecha convivencia también con la historia y, cómo no, con la geografía. Porque si hay otro rasgo definitorio, característico en El amor incontable, ése es el de los diferentes marcos que acogen dicho sentimiento amoroso y sus consecuencias: la misma vida, por lo tanto. Aquí los escenarios predominantemente franceses, pero también austríacos, italianos o españoles, e incluso africanos, no suponen una mera ornamentación, sino las coordenadas precisas, los signos espaciales necesarios para dotar de realidad sensorial a lo vivido, siempre al borde de lo inasible en esta continua prueba de valor, en este perpetuo lance de tratar de explicar el mundo a través de la palabra, cuando, como bien señala la autora en el poema dedicado a Valerio, "La palabra era Dios. Mas Dios / no entraba entonces / en nuestro / pequeño / paraíso".

¿Cabe postular, pues, un resultado inmediato, satisfactorio o no, para toda esta aventura del conocimiento? Curiosamente, algo al respecto logramos intuir gracias a los poemas añadidos por María Elena Blanco a El amor incontable; me refiero a la pequeña y acertadísima selección que de su primer poemario de 1990, Posesión por pérdida, podemos encontrar cerrando el presente volumen, y viniendo a completar con absoluta justeza y justicia la nueva obra. Pues si El amor incontable concluye estrictamente con una lógica, coherente ironía de corte intelectual en la figura de Virgilio a través de Hermann Broch ("La maldita circunstancia de mi muerte. / (La tuya, Virgilio, ya la cantó magistralmente Hermann Broch / y es inmortal.)", el libro todo aspira en su cierre a la superación de la ironía por causa de lo inaprensible, de lo “incontable”, y ello merced al maravilloso poema "Swansong" ("Canto del cisne"). "Sólo cantábiles / mis mordidas palabras hacia el mar", escribe la autora. "Cantábiles", nada menos: he ahí la música otra vez. ¿Era, es, será siempre la música, en fin, el supremo lenguaje por encima de las "mordidas palabras", la suprema vía de conocimiento? ¿Voló, vuela, volará siempre el amor en las alas del canto, como soñara Mendelssohn, para dejar de ser un poco menos "incontable", y así el mundo con él?

Antonio Daganzo
Escritor, periodista, comentarista musical

Extraido de su bitácora digital "Sinfonía de las palabras"